Cuentan -pero Alá es más sabio, más prudente, más
poderoso y más caritativo- que en tiempos pasados y en épocas remotas hubo un
rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China[1].
Era señor de los ejércitos y de sus auxiliares, de muchos servidores y de un numeroso
séquito. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía
más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre
los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino. El rey se
llamaba Schahriar[2]. Su
hermano, llamado Schahzamán[3],
era el rey de Samarcanda Al-Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada
uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y
llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
Todo siguió así hasta que el mayor sintió
vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese
y volviese con él. El visir contestó:
-"Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de
Alá; entró en casa de Schahzamán, le transmitió la paz[4],
le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su
viaje era invitarle a visitar a Schahriar. El rey Schahzamán contestó:
-"Escucho y obedezco".
Dispuso los preparativos de la partida, mandando
sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y
auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y emprendió el viaje al
reino de su hermano.
Pero a medianoche recordó una cosa que había
olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida
en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa,
el mundo se oscureció ante sus ojos. Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal
aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de
esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?"
Desenvainó inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos
sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante,
y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de
su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a
su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores
límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle
lleno de efusión. Pero el rey Schahzamán recordaba la aventura de su esposa, y
una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su
cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su
alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo
dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo:
-"Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara
amarillea". Y el otro respondió:
-"¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una
llaga en carne viva!" Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su
esposa.
El rey Schahriar le dijo:
-"Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a
caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu". El rey Schahzamán no
quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al
jardín, y al asomarse a una de ellas, el rey Schahzamán vio cómo se abría una
puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales
avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza.
Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó:
-"¡Massaud!" Y en seguida acudió hacia
ella un robusto esclavo negro, que la abrazó. Ella se abrazó también a él, y
entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo
mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos,
abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey:
"¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra".
Inmediatamente, dejó que se desvaneciese su aflicción y se dijo: "¡En
verdad, esto es mucho mayor que cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel
momento volvió a comer y beber cuanto pudo. A todo esto, el rey, su hermano,
volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey
Schahriar observó que su hermano el rey Schahzamán acababa de recobrar el buen
color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que
comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros
días. Se asombró de ello, y dijo:
-"Hermano, hace poco te veía amarillo de tez y
ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa". El rey le dijo:
-"Te contaré la causa de mi anterior palidez,
pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores". El
rey replicó:
-"Para entendernos, relata primeramente la
causa de tu pérdida de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo:
-"Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu
visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la
ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al
llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo
negro, durmiendo en los tapices de mi cama. Los maté a los dos, y vine hacia
ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi
primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber
recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla". Cuando su hermano oyó
estas palabras, le dijo:
-"Por Alah, te conjuro a que me cuentes la
causa de haber recobrado tus colores". Entonces el rey Schahzamán le
refirió cuanto había visto.
El rey Schahriar dijo:
-"Ante todo, es necesario que mis ojos vean
semejante cosa". Su hermano le respondió:
-"Finge que vas de caza, pero escóndete en mis
aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán".
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero
divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la
ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes
esclavos:
-"¡Que nadie entre!"
Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió
al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que
daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas,
rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había
contado Schahzamán, pasando en tales juegos hasta el amanecer.
Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón
se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano:
-"Marchemos para saber cuál es nuestro destino
en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta
encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no,
la muerte sería preferible a nuestra vida".
Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos
salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y
noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria
pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua
dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando
el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que
llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados,
se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que
tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit[5]
de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca
sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se
sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja,
la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura,
luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:
¡Antorcha en las
tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las
auroras!
¡Los soles irradian con
su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!
¡Que los velos de su
misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantados a
sus pies!
¡Y ante los dulces
relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece todos los
párpados!!
Después que el efrit
hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo:
-"¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a
quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco". Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas
de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa
del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus
rodillas la cabeza del efrit, la puso
en el suelo, y les dijo por señas:
-"Bajen, y no tengan miedo de este efrit". Por señas, le respondieron:
-"¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance
tan peligroso!"
Ella les dijo: "¡Por Alah sobre ustedes! Bajen
enseguida si no quieren que avise al efrit,
que les dará la peor muerte". Entonces, asustados, bajaron hasta donde
estaba ella, que se levantó para decirles: "Traspásenme de un golpe violento
con vuestra lanza; si no, avisaré al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzamán:
-"Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda".
El otro repuso:
-"No lo haré sin que antes me des el ejemplo
tú, que eres mayor".
Y ambos empezaron a invitarse mutuamente,
haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo:
-"¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no vienen
y me obedecen, llamo inmediatamente al efrit".
Entonces, por miedo al efrit hicieron
con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo:
-"¡Qué expertos son los dos!".
Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un
collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó:
-"¿Saben lo que es esto?". Ellos
contestaron:
-"No lo sabemos". Entonces les explicó la
joven:
-"Los dueños de estos anillos me han poseído
todos junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me van a dar su anillos". Lo hicieron
así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo:
-"Sepan que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la
caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí
donde se combaten las olas. Pero ignoraba que cuando una mujer desea alguna
cosa no hay quien la venza. Ya lo dijo el poeta:
¡Amigo: no te fíes de la
mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal humor depende de los caprichos de
su vulva!
¡Prodigan amor falso
cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente
las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por
causa de la Mujer !
¡No te confíes, amigo!
¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una
pasión loca!
Y no digas: "¡Si me
enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!" ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente
un prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se
maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro:
-"Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes
que a nosotros, esta aventura debe consolarnos".
Inmediatamente se despidieron de la joven y
regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio,
mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó
a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche
arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba
que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y
voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad
no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este
cabalgador. En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le
trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y
regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del
rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos,
todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba
Scherezada[6],
y el nombre de la menor era Doniazada[7].
La mayor, Scherezada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los
reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también
mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los
reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así:
-"¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un
peso abrumador de pesadumbres y aflicciones...? Sabe, padre, que el poeta dice:
-"¡Oh
tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y
todo pesar se olvida".
Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija
cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces
le dijo Scherezada:
-"Por Alah, padre, cásame con el rey, porque
si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de nuestro pueblo y podré
salvarlas de entre las manos del rey".
Entonces el visir contestó:
-"¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a
tal peligro". Pero Scherezada repuso:
-"Es imprescindible que así lo haga".
Entonces le dijo su padre:
-"Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al
asno y al buey con el labrador. Escucha su historia:
Ya había leído, Las Mil y una Noches pero no conocía esta versión dista mucho a la que yo leí, les agradecería mucho que la subieran completa.
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