viernes, 7 de diciembre de 2018

La directora del pantano negro de Mike Thaler




La directora del pantano negro

Llevamos tres días de escuela y ya me están enviando a la oficina de la directora. ¡Qué tragedia!
                            Resultado de imagen para la directora del pantano negro.
He oído decir que la directora, la Srita. Verdosa, es un verdadero monstruo. Hay chicos que van a su oficina y nunca regresan.

Se dice que la antesala está repleta de cráneos y huesos.

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 A Doris Ferreira la enviaron allí por mascar chicle. Dicen que su cráneo aún tiene un globo pegado a la boca.

Llego y me siento. Miro al piso. La alfombra es roja. Es para que no se note la sangre.
Dicen que ella utiliza a los chicos altos como percheros.
Los más bajos se los da al cocodrilo que tiene de mascota. A los gordos los usa de pisapapeles. Los más delgados terminan como marcadores de libros. ¡Yo soy demasiado joven para convertirme en marcador de libros!
Y hay que ver su garrote de tres metros. Dicen que tiene púas envenenadas.
Si tienes suerte, vas a parar a "las jaulas" que están debajo de su escritorio.
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Y los más suertudos llegan encadenados a sus casas.
A casi todos los chicos los usa para sus experimentos.
Daniel Robles estuvo en su oficina ayer. Dicen que acabó con la cabeza de un perro.
Dicen que Alfredo Ginés tiene patas de gallina.
Y que Eric Posada tiene manos de ratón.
¡Yo soy demasiado bien parecido para tener orejas de conejo! Lo único que hice fue agarrar la peluca de la Srita. Jones.
Hoy no se oye ningún ruido. Dicen que suelen oírse muchos gritos. Tal vez está de buen humor.
                      
Aunque sobreviva, esto me afectará para toda la vida.
En unos años seré candidato a la presidencia y estaré encabezando las encuestas. ¡Y entonces se sabrá! Ya puedo ver los titulares..."El candidato presidencial fue enviado a la oficina de la directora".
Ay no. Veo una sombra detrás del vidrio de la puerta. Ya se acerca la hora final.
La puerta se abre lentamente.
Aparece una mujer bella. Seguro que es una experta en disfraces.
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Entro. Ella cierra la puerta.
Miro alrededor. Ahí está el perchero. No se parece a nadie que conozca.
Busco al cocodrilo. Solamente veo una tortuga. Se parece un poco a Ramón Porras.
–Muy bien –dice la Srita. Verdosa–. ¿Tenemos problemas en la clase?
–Bueno –digo yo–, estaba barriendo el salón y la escoba se enganchó accidentalmente a la peluca de la Srita. Jones.
–Ah, entonces tendremos que pedirle disculpas, ¿no te parece?
–Sí, le pediremos disculpas.
–Y la próxima vez tendremos que tener más cuidado.
–¡Lo tendremos!
–Puedes irte.
–¿Ya? ¿Eso es todo?
–Cierra la puerta, por favor.
Qué suerte la mía. Apuesto que las flores que estaban sobre su escritorio eran venenosas. Bastaría con olerlas para ponerse morado y morirse. Menos mal que aguanté la respiración. Logré entrar a la cueva y salir de ella sin que me pusiera orejas de conejo. ¡Algún día tendré que venir a barrer su oficina para ver si ella también usa peluca!




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