Yo estaba
sentado en un bar de la avenida Western. Era alrededor de medianoche y
me encontraba en mi habitual estado de confusión. Quiero decir, bueno, ya
sabes, nada funciona bien: las mujeres, el trabajo, el ocio el tiempo, los
perros... Finalmente sólo puedes ir y sentarte atontado, totalmente noqueado, y
esperar; como si estuvieses en una parada de autobús aguardando la muerte.
Bueno,
pues yo estaba allí sentado y aquí entra una con el pelo largo y moreno, un
bello cuerpo y tristes ojos marrones. Yo no di la vuelta para mirarla, seguí
con mi vaso. La ignoré incluso cuando vino y se sentó a mi lado a pesar de que
todos los demás asientos estaban vacíos. De hecho, éramos las únicas personas
que había en el bar sin contar al encargado. Pidió un vino seco. Entonces me
preguntó lo que estaba bebiendo.
-Escocés
con agua -contesté.
-Y
sírvale al señor un escocés con agua -le dijo al cantinero.
Bueno,
esto no era muy normal.
Abrió su
bolso, cogió una pequeña jaula, sacó de ella unos hombrecitos y los puso sobre
la barra. Tenían alrededor de diez centímetros de altura, estaban
apropiadamente vestidos y parecían tener vida. Eran cuatro: dos mujeres y dos
hombres.
-Ahora
los hacen así -dijo ella-. Son muy caros. Me costaron cerca de 2000 dólares
cada uno cuando los compré. Ahora ya valen cerca de 2400. No conozco el proceso
de fabricación pero probablemente sea ilegal.
Estaban
paseando sobre la barra. De repente, uno de los hombrecitos abofeteó a una de
las pequeñas mujeres.
-¡Tú,
perra! -dijo-. No quiero saber nada más de ti.
-¡No,
George, no puedes hacerme esto! -gritaba ella llorando-. ¡Yo te amo! ¡Me
mataré! ¡Te necesito!
-No me
importa -dijo el hombrecito, y sacó un minúsculo cigarrillo, encendiéndolo con
gesto altivo-. Tengo derecho a hacer lo que me dé la gana.
-Si tú no
la quieres -dijo el otro hombrecito- yo
me quedo con ella, la amo.
-Pero yo
no te quiero a ti, Marty. Yo estoy enamorada de George.
-Pero él
es un cabrón, Anna, un verdadero cabronazo.
-Lo sé,
pero lo amo de todos modos.
Entonces
el pequeño cabrón se fue hacia la otra mujercita y la besó.
-Creo que
se me está formando un triángulo -dijo la señorita que me había invitado al
whisky–. Te los presentaré. Ese es Marty, y George, y Anna y Ruthie. George va de
bajada, se lo hace bien. Marty es una especie de cabeza cuadrada.
-¿No es
triste mirar todo esto? Eh... ¿Cómo te llamas?
-Dawn. Un
nombre horrible, pero eso es lo que a veces les hacen las madres a sus hijos.
-Yo soy
Hank. ¿Pero no es triste...?
-No, no
es triste mirar todo esto. Yo no he tenido mucha suerte con mis propios amores,
una suerte horrible, a decir verdad.
-Todos
tenemos una suerte horrible.
-Supongo
que sí. De todos modos, me compré estos hombrecitos y ahora me entretengo
mirándolos, es como no tener ninguno de los problemas, pero tenerlo todo
presente. Lo malo es que me pongo terriblemente caliente cuando empiezan a
hacer el amor. Es la parte más difícil para mí.
-¿Son
sexys?
-¡Muy,
muy sexys! ¡Dios, me ponen de
verdad caliente!
-¿Por qué
no los pones a que lo hagan? Quiero decir, ahora mismo. Podremos mirarlos juntos.
-Oh, no
se pueden manejar, tienen que ponerse a hacerlo por su cuenta.
-¿Y lo
hacen a menudo?
-Oh, son
bastante buenos. Lo hacen cerca de cuatro o cinco veces por semana.
Mientras
tanto, ellos paseaban por la barra.
-Escucha
-decía Marty-, dame una oportunidad. Sólo dame una oportunidad, Anna...
-No
-decía la pequeña Anna-, mi amor pertenece a George. No puede ser de otra
manera.
George
estaba besando a Ruthie, acariciando sus pechos. Ruthie estaba empezando a
calentarse.
-Ruthie
está empezando a calentarse -le dije a Dawn.
-Sí que
lo está. Está empezando de verdad.
Yo
también me estaba excitando.
Abracé a Dawn y la besé.
-Mira
-dijo ella-, no me gusta que hagan el amor en público. Me los voy a llevar a
casa y que lo hagan allí.
-Pero
entonces no podré verlo.
-Bueno,
sólo tienes que venir conmigo y podrás.
-De
acuerdo -dije- vámonos.
Acabé mi
bebida y salimos juntos. Ella llevaba a los hombrecitos metidos en la jaula.
Subimos al coche y los pusimos entre nosotros en el asiento delantero. Miré a
Dawn. Era realmente joven y bella. Parecía también inteligente. ¿Cómo podía
haber fracasado con los hombres? Bueno, había tantos modos de fracasar unas
relaciones... Los hombrecitos le habían costado 8000 dólares. Todo eso sólo
para alejarse de las relaciones sexuales sin alejarse de ellas. Su casa estaba
cerca de las colinas, un sitio agradable. Salimos del coche y fuimos hacia la
puerta. Yo llevaba a la gentecilla en la jaula mientras Dawn abría la puerta.
-Estuve
oyendo a Randy Newman la semana pasada en el Trobador. ¿Verdad que es grande?
-me preguntó.
-Sí que
lo es -contesté.
Entramos
y Dawn abrió la jaula y los sacó y los puso sobre la mesita de café. Entonces
se metió en la cocina y abrió el refrigerador y sacó una botella de vino. La
trajo en compañía de dos copas.
-Perdona
-dijo- pero pareces un poco chiflado. ¿En qué trabajas?
-Soy
escritor.
-¿Y vas a
escribir algo acerca de esto?
-Nunca se
lo creerá nadie, pero lo escribiré.
-Mira
-dijo Dawn- George le ha quitado
las bragas a Ruthie. Le está metiendo el dedo. ¿Un poco de hielo?
-Sí, ya
lo veo. No, no quiero hielo. El tipo va
bien derecho.
-No sé
-dijo Dawn-, pero de verdad que me excita mirarlos. Quizás es porque son tan
pequeños. Realmente me calientan.
-Entiendo
lo que quieres decir.
-Mira,
George la está tumbando, se lo va a hacer.
-Sí, allá
van.
-¡Míralos!
-¡Dios o
la puta!
Abracé a
Dawn. Comenzamos a besarnos. Cuando parábamos, sus ojos pasaban de mirarme a mí
a mirar a los hombrecitos fornicando, y luego volvía a mirarme de nuevo a los
ojos. Yo seguía siempre su mirada.
El
pequeño Marty y la pequeña Anna también estaban mirando.
-Mira
-decía Marty-, ellos lo están haciendo. Nosotros deberíamos hacerlo también.
Incluso las personas grandes van a hacerlo. ¡Míralos!
-¿Oíste
eso? -le pregunté a Dawn-. Ellos dicen que vamos a hacerlo, ¿es verdad eso?
-Espero
que sea verdad -dijo Dawn.
La tumbé
sobre el sofá y le subí la falda por encima de los muslos. La besé a lo largo
del cuello.
-Te amo
-dije.
-¿De
verdad? ¿De verdad?
-Sí, de
alguna manera, sí...
-De
acuerdo -dijo la pequeña Anna al pequeño Marty- podemos hacerlo nosotros
también, pero que quede claro que yo no te quiero.
Se
abrazaron en medio de la mesita de café. Yo le había quitado ya a Dawn las
bragas. Dawn gemía. La pequeña Ruthie gemía. Marty se la metió por fin a la
pequeña Anna. Estaba pasando en todas partes. Me pareció como si toda la gente
del mundo estuviese haciéndolo. Entonces me olvidé de toda la otra gente del mundo.
Nos fuimos al dormitorio y allí se la metí a Dawn en una larga y tranquila
cabalgada...
Cuando
ella salió del baño yo estaba leyendo una estúpida historia en el Playboy.
-Estuvo
tan bien -dijo.
-Fue un
placer -contesté.
Se volvió
a meter en la cama conmigo. Dejé la revista.
-¿Crees
que nos lo podemos hacer juntos? -me preguntó.
-¿Qué
quieres decir?
-Quiero
decir que si tú crees que podemos seguir así, juntos, durante algún tiempo.
-No sé.
Las cosas ocurren. El principio siempre es lo más fácil.
Entonces
escuchamos un grito proveniente de la salita. «Oh oh», dijo Dawn. Se levantó y
salió corriendo de la habitación. Yo la seguí.
Cuando
llegué, ella estaba sosteniendo a George en sus manos.
-¡Oh,
Dios mío!
-Qué ha
pasado?
-Anna se
lo hizo.
-¿Qué le hizo?
-¡Le
cortó las pelotas! ¡George es un eunuco!
-¡Uau!
-¡Tráeme
algo de papel higiénico, rápido! ¡Se está desangrando!
-Ese hijo
de puta -decía la pequeña Anna desde la mesita de café- si yo no puedo tener a George, nadie
lo tendrá.
-¡Ahora
las dos me pertenecen! -dijo Marty.
-Ah no,
tienes que elegir una de nosotras -dijo Anna.
-¿A cuál
prefieres? -preguntó Ruthie.
-Yo las amo a las dos -dijo Marty.
-Ha
parado de sangrar -dijo Dawn -se está quedando frío.
Envolvió
a George en un pañuelo y lo puso sobre el mantel.
-Quiero
decir -dijo Dawn- que si tú crees
que lo nuestro no va a funcionar, no quiero seguir por más tiempo.
-Creo que
te amo, Dawn -dije.
-Mira
-dijo ella-. ¡Marty está abrazando a Ruthie!
-¿Crees
que van a hacerlo?
-No sé.
Parecen excitados.
Dawn
cogió a Anna y la metió en la pequeña jaula.
-¡Déjenme salir! ¡Los mataré a los dos! ¡Déjenme salir! -gritaba.
George
gimió desde el interior del pañuelo sobre el mantel. Marty le había quitado las
bragas a Ruthie. Yo me atraje a Dawn. Era joven, bella e inteligente. Podía
volver a estar enamorado. Era posible. Nos besamos. Me sumergí en sus grandes
ojos marrones. Entonces me levanté y eché a correr. Sabía dónde estaba. Una
cucaracha y un águila hacían el amor. El tiempo era un bobo con un banjo. Seguía
corriendo. Su larga cabellera me caía por la cara.
-¡Mataré
a todo el mundo! -gritaba la pequeña Anna. Se agitaba sacudiendo su jaula de
alambre a las tres de la madrugada.
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