Volvió a su casa y se puso a acomodar sus tarantines, cuando tun, tun, la puerta. Fue a ver quién era y se encontró con un viejito tembeleque y vuelto una calamidad. El viejito le pidió una limosna y él le dio uno de sus bollos.
Se fue a acomodar los otros dos bollos en sus alforjitas, cuando otra vez, tun, tun, la puerta. Abrió y era una viejita toda tulenca y con cara de estar en ayunas. Le pidió una limosna y él le dio otro bollo.
Dio una vuelta por la casa, se echó las alforjas al hombro y ya iba para afuera, cuando otra vez, tun, tun, la puerta.
Esta vez era un chiquito, con la cara chorreada, sucio y con el vestido hecho tasajos y flaco como una lombriz. No le quedó más remedio que darle el último bollo. -¡Qué caray! A nadie le falta Dios.
Y ya sin bastimento, cogió el camino y se fue a rodar tierras.
Allá al mucho andar encontró una quebrada.
El pobre Uvieta tenía un hambre que se la mandaba Dios Padre, pero como no llevaba qué comer, se fue a la quebrada a engañar a la tripa echándole agua. En eso se le apareció el viejito que le fue a pedir limosna y le dijo: -Uvieta, que manda a decir Nuestro Señor, que qué querés; que le pidás cuanto se te antoje. Él está muy agradecido con vos porque nos socorriste; porque mirá, Uvieta, los que fuimos a pedirte limosna éramos las Tres Divinas Personas: Jesús, María y José. Yo soy José. ¡Con que decí vos! ¡Cómo estarán por Allá con Uvieta! Si se pasan con que Uvieta arriba, Uvieta abajo, Uvieta por aquí, y Uvieta por allá.
Uvieta se puso a pensar qué cosa pediría y al fin dijo: -Pues andá decile que me mande un saco dende vayan a parar las cosas que yo deseo.
San José salió como un cachiflín para el Cielo y a poco estuvo de vuelta con el saco.
Uvieta se lo echó al hombro. En esto iba pasando una mujer con una batea llena de quesadillas en la cabeza.
Uvieta dijo: -Vengan esas quesadillas a mi saco.
Y las quesadillas vinieron a parar al saco de Uvieta, quien se sentó junto a la cerca y se las zampó en un momento y todavía se quedó buscando.
Volvió a coger el camino y allá al mucho andar, se encontró con la viejita que le había pedido limosna. La viejita le dijo: -Uvieta, que manda decir Nuestro Señor, mi Hijo, que si se te ofrece algo, se lo pidás.
Uvieta no era nada ambicioso y contestó: -No, Mariquita, dígale que muchas gracias, con el saco tengo. Panza llena, corazón contento. ¿Qué más quiero?
Entonces a Uvieta le pareció muy feo despreciar a Nuestra Señora y le dijo: -Pues bueno: como yo me llamo Uvieta, que me siembre allá en casa un palito de uvas y que quien se suba a él no se pueda bajar sin mi permiso.
Este siguió su camino y encontró otra quebrada. Le dieron ganas de beber agua y se acercó. En la corriente vio pasar muchos pececitos muy gordos. Como tenía hambre dijo: -Vengan esos peces ya compuesticos en salsa a mi saco. Y de veras el saco se llenó de pescados compuestos en una salsa tan rica, que era cosa de reventar comiéndolos..
Después siguió su camino y le salió un viejito que le dijo: -Uvieta, que manda a decir Nuestro Señor que si se te ofrece algo. Él no viene en persona porque no es conveniente, vos ves... ¡Al fin Él es quien es! ¡Que parecía que Él tuviera que repicar y andar la procesión!
-Yo no quiero nada -respondió Uvieta.
-¡No seás sapance, hombre! Pedí, que en
-¡Ay, qué santico este más pelotero! -pensó Uvieta y quería seguir su camino, pero el otro detrás con su necedad, y por quitarse aquel sinapismo de encima, le dijo Uvieta: -Bueno es el culantro pero no tanto. ¡Ave María! ¡Tantas aquellas por unos bollos de pan! Bueno, pues decile a Nuestro Señor que lo que deseo es que me deje morirme a la hora que a mí me dé la gana.
Pero no siguió adelante, porque quiso ir a ver si de veras le habían sembrado el palito de uva, y se devolvió.
Anda y anda hasta que llegó, y no era mentira: allí en el solarcito estaba el palo de uva que daba gusto. Al verlo, Uvieta se puso que no cabía en los calzones de la contentera.
Bueno, pasaron los días y Uvieta vuelto turumba con su palo de uvas. Y nadie le cachaba. Ya todo el mundo sabía que el que se encaramaba en el palo de uva, no podía bajar sin permiso de Uvieta.
Un día pensó Nuestro Señor: -¡Qué engreídito que está Uvieta con su palo de uva! Pues después de un gustazo, un trancazo.- Y Tatica Dios llamó a
Y
-¡Adiós trabajos! ¿Y eso, qué anda haciendo, comadrita?
-Pues que me manda Nuestro Señor por vos.
-¿Idiay, pues no quedamos en que yo me iría para el otro lado cuando a mí me diera la gana?
-No sé, no sé, -contestó
-¡Ay! Como no se le vaya a volver la venada careta a Nuestro Señor. -pensó Uvieta.
-Bueno, comadrita, pase adelante y se sienta mientras voy a doblar los petates.
Y el confisgao de Uvieta que se hacía el que estaba doblando los petates, le respondió: -¿Por qué no se sube, comadrita, y come hasta que no le quepan?
La otra no se hizo de rogar y se encaramó.
Verla arriba Uvieta y comenzar a carcajearse como un descosido, fue uno.
-Lo que el sapo quería, comadrita, -le gritó. -A ver si se apea de ahí hasta que a mí me dé mi regalada gana.
Y otro día: -Uvieta, que dice Nuestro Señor que por vida tuyita, dejés apearse a
Y otro día: -Uvieta, que dice Nuestro Señor que no te vas a quedar riendo, que vas a ver. - Pero a él por un oído le entraba y por otro le salía. Y Uvieta decía: -¡Ah, sí, por sapo que la dejo apearse!
Por fin Tatica Dios le mandó a decir que dejara bajar a
Entonces Uvieta dejó bajar a
Pero Nuestro Señor no había quedado nada cómodo con Uvieta y mandó al diablo por él.
Llegó el Diablo y tocó la puerta: -Upe, Uvieta.
El preguntó de adentro: -¿Quién es?
Y el otro por broma le contestó: -La vieja Inés con las patas al revés.
Pero a Uvieta le sonó muy feo aquella voz: era como si hablaran entre un barril y al mismo tiempo reventaran triquitraques. Se asomó por el hueco de la cerradura y al ver al diablo se quedó chiquitico.
-¡Ni por la jurisca! ¡Si es el Malo! ¡Seguro que lo mandan por mí, por lo que le hice a
Pero en esto se le ocurrió una idea y corrió a su baúl, sacó su saco, abrió la puerta y sin dejar chistar al otro, dijo: -¡Al saco el diablo!
Y cuando el pisuicas se percató, estaba entre el saco de Uvieta.
-¡Ahora sí, tío Coles -le gritó Uvieta -vas a ver la que te vas a sacar por andar de cucharilla!
El demonio se puso a meterle una larga y otra corta, pero Uvieta le dijo: -¡Ah, sí! ¡Que te la crea pizote! - Y cogió un palo y le arrió sin misericordia, hasta que lo hizo polvo.
A los gritos tuvo que mandar Nuestro Señor a ver qué pasaba. Cuando lo supo, prometió a Uvieta que si dejaba de pegar al diablo, a él nada le pasaría. Uvieta dejó de dar y Nuestro Señor se vio a palitos para volver a hacer al diablo de aquel montón de polvo.
Y el Patas salió que se quebraba para el infierno.
Ya Nuestro Señor estaba a jarros con Uvieta y mandó otra vez a
A
Cuando San Pedro abrió la puerta por la mañana, se va encontrando con mi señor de clucas cerca de la puerta y como con abejón en el buche.
San Pedro le preguntó quién era, y al oír que Uvieta, le hizo la cruz. Si no hubiera estado en aquel sagrado lugar, le hubiera dicho: -¡Te me vas de aquí, puñetero! Pero como estaba, y además él es un santo muy comedido, le dijo: -¡Te me vas de aquí, que bastante le has regado las bilis a Nuestro Señor!
-¿Y para dónde cojo?
-¿Para dónde? Pues para el infierno, pero es ya, con el ya.
Uvieta cogió el camino del infierno. El diablo se estaba paseando por el corredor. Ver a Uvieta y salir despavorido para adentro, fue uno. Además atrancó bien la puerta y llamó a todos los diablos para que trajeran cuanto chunche encontraran y lo pusieran contra la puerta, porque allí estaba Uvieta, el hombre que lo había hecho polvo.
Uvieta llegó y llamó como antes usaban llamar las gentes cuando llegaban a una casa: -¡Ave María Purísima! ¡Ave María Purísima! - Por supuesto que al oír esto, los demonios se pusieron como si les mentara la mama.
Y allí estuvo el otro como tres días, dándole a la puerta y ¡Ave María Purísima! ¡Ave María Purísima!
Como no le abrían, se devolvió. Cuando iba pasando frente a la puerta del Cielo, le dijo San Pedro: -¿Idiai, Uvieta, todavía andás pajareando?
-¿Idiai, qué quiere que haga? Allí estoy hace tres días dándole a aquella puerta y no me abren.
-¿Y eso qué será? ¿Cómo llamás vos?
-¿Yo? Pues: ¡Ave María Purísima! ¡Ave María Purísima!
Al ver a Uvieta se puso muy contenta.
-¿Qué hace Dios de esa vida, Uvieta? Entre para adentro.
San Pedro no se atrevió a decir a María Santísima y Uvieta se metió muy orondo en
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