Dos hermanos, cuyos nombres me
callaré, fueron mis amigos íntimos en el liceo, pero después de una larga
separación, perdí sus huellas. No hace mucho supe que uno de ellos estaba
gravemente enfermo y, como iba en viaje hacia mi aldea natal, decidí hacer un
rodeo para ir a verlo. Sólo encontré en casa al primogénito, quien me dijo que
era su hermano menor el que había estado mal.
-Le estoy muy agradecido de que haya
venido a visitarlo -dijo-. Pero ya está sano desde hace algún tiempo y se
marchó a otra provincia, donde ocupa un puesto oficial.
Buscó dos cuadernos que contenían el
diario de su hermano y me lo mostró riendo. Me dijo que a través de ellos era
posible darse cuenta de los síntomas que había presentado su enfermedad, y que
él creía que no había ningún mal en que los viera un amigo. Me llevé el diario
y al leerlo comprendí que mi amigo había estado atacado de “delirio de
persecución”. El escrito, incoherente y confuso, contenía relatos
extravagantes. Además, no aparecía en él fecha alguna y sólo por el color de la
tinta y las diferencias de la letra se podía comprender que había sido
redactado en diferentes sesiones. Copié parte de algunos pasajes no demasiado
incoherentes, pensando que podrían servir como elementos para trabajos de
investigación médica. No he cambiado una palabra a este diario, salvo el nombre
de los personajes, aunque se trate de campesinos completamente ignorados del
mundo. En cuanto al título, conservo intacto el que su autor le dio después de
su curación.
2 de abril de 1918
I
Esta noche hay luna muy hermosa.
Hacía más de treinta años que no la
veía, de modo que me siento extraordinariamente feliz. Ahora comprendo que he
pasado estos treinta últimos años en medio de la niebla. Sin embargo, debo
tener cuidado: de otra manera, ¿por qué el perro de la familia Chao me iba a
mirar dos veces?
Tengo mis razones para temer.
II
Esta noche no hay luna. Yo sé que
esto va mal.
Esta mañana, cuando me arriesgué a
salir con precauciones, Chao Güi-weng me miró con un fulgor extraño en los
ojos: se habría dicho que me temía o que tenía deseos de matarme. Había además
siete u ocho personas que hablaban de mí en voz baja, con las cabezas muy
juntas: tenían miedo de que las viera. La más feroz de todas mostró los dientes
al reírse mientras me miraba, lo que me hizo estremecerme de pies a cabeza,
porque ahora sé que sus maquinaciones están a punto.
No obstante, continué mi camino sin
miedo. Ante mí había un grupo de niños que discutían también sobre mi persona;
sus miradas tenían el mismo fulgor que la de Chao Güi-weng y en sus rostros
había la misma palidez de acero. Me pregunté qué clase de odio podían tener los
niños contra mí para obrar también de esta manera. No pudiendo contenerme,
grité: “¡Díganmelo!”, pero ellos huyeron.
He reflexionado. ¿Qué razones tienen
Chao Güi-weng y los hombres de la calle para detestarme? Hace veinte años di un
pisotón por error en un viejo libro de cuentas del señor Gu Chiu1,
lo que le produjo gran contrariedad. Aunque Chao Güi-weng no conoce al señor
Gu, ha debido oír hablar de este asunto y quiere sacar la cara por él; por ello
se ha puesto de acuerdo contra mí con los hombres de la calle. Pero ¿por qué
los niños? Cuando ocurrió este incidente ni siquiera habían nacido; entonces, ¿por
qué me han mirado con ese aire extraño que revelaba miedo o deseos de matar?
Todo esto me espanta, me intriga y me desconsuela.
¡Ahora comprendo! Han sabido el
asunto por sus padres.
III
En la noche no consigo dormir. Para
comprender las cosas, es preciso reflexionar sobre ellas.
Estos hombres han sido engrillados
por el magistrado, abofeteados por el señor del lugar, han visto a sus mujeres
apresadas por los alguaciles de la Corte de Justicia y a sus padres y madres
suicidarse para escapar a los acreedores…, pero nunca mostraron rostros tan
espantosos, tan feroces como los que les vi ayer.
Lo más extraño de todo fue esa mujer
que le pegaba a su hijo en plena calle, gritándole: “¡Muchacho cochino!
¡Debería comerte unos cuantos pedazos para que se me pasara la rabia!” Al decir
esto me miraba a mí. Me sobresalté, incapaz de dominar mi emoción, mientras la
banda de rostros lívidos y colmillos aguzados estallaba en risas. El viejo Chen
llegó de prisa y me condujo por la fuerza a la casa.
En casa, los miembros de la familia
fingieron no reconocerme; sus miradas eran semejantes a las de la gente de la
calle. Entré en el escritorio y ellos echaron el cerrojo, igual que cuando se
encierra en el gallinero a una gallina o un pato. Este incidente es aun más inexplicable;
verdaderamente no sé lo que pretenden.
Hace algunos días, uno de nuestros
arrendatarios de la aldea de los Lobos, al venir a informar sobre la sequía que
reina en el campo, contó a mi hermano mayor que los campesinos habían dado
muerte a un conocido malhechor del lugar. Luego algunos hombres le arrancaron
el corazón y el hígado, los frieron y se los comieron, para criar valor. Los
interrumpí con una palabra y mi hermano y el labrador me lanzaron muchas
miradas raras. Hoy comprendo que sus miradas eran absolutamente iguales a las
de los hombres de la calle.
Sólo de pensar en ello me estremezco
de la cabeza a los pies.
Si comen hombres, ¿por qué no habrían
de comerme a mí?
Evidentemente esa mujer que “quería
comerse unos cuantos pedazos”, la risa del grupo de hombres lívidos con
colmillos aguzados, y la historia del arrendatario, son índices secretos. Sus
palabras están envenenadas, sus risas cortan como espadas y sus dientes son
hileras de resplandeciente blancura; sí, son dientes de comedores de hombres.
Yo no creo ser un mal sujeto, pero
desde que me metí con el libro de cuentas de la familia Gu, no estoy seguro de
nada. Se diría que guardan algún secreto que yo no acierto a adivinar. Por otra
parte, cuando están contra alguien, no tienen dificultad en declararlo malo.
Recuerdo que cuando mi hermano me enseñaba a disertar, por más perfecto que
fuera el hombre sobre el cual tenía yo que hablar, bastaba que expusiera algún
argumento contra él para ganar un “bien”; y cuando era capaz de encontrar excusas
para un hombre malo, mi hermano decía: “Además de originalidad, tienes un
verdadero talento de litigante”. Entonces, ¿cómo puedo saber lo que piensan,
sobre todo en el momento en que se proponen devorar al hombre?
Para comprender las cosas es preciso
reflexionar sobre ellas. Creo que en la antigüedad era frecuente que el hombre
se comiera al hombre, pero no estoy muy seguro de esta cuestión. He cogido un
manual de historia para estudiar este punto, pero el libro no contenía fecha
alguna; en cambio, en todas las páginas, escritas en todos sentidos, estaban
las palabras “Humanitarismo”, “Justicia” y “Virtud”. Como de todas maneras me
era imposible dormir, me puse a leer atentamente y en medio de la noche noté
que había algo escrito entre líneas: dos palabras llenaban todo el libro:
¡”devorar hombres”!
Los tipos del libro, las palabras de
nuestros arrendatarios, todos, sonreían fríamente, mirándome de un modo
extraño. ¡Yo también soy un hombre y quieren devorarme!
IV
Esta mañana pasé un buen rato sentado
tranquilamente. El viejo Chen me trajo mi comida: un plato de legumbres y otro
de pescado cocido al vapor. Los ojos del pescado eran blancos y duros; tenía la
boca entreabierta, igual que esa banda de comedores de hombres. Después de
probar algunos bocados de esa carne viscosa, no sabía ya si estaba comiendo
pescado o carne humana, de suerte que vomité con asco.
Dije:
-Mi viejo Chen, anda a decirle a mi
hermano que me ahogo aquí y que quisiera salir a pasear por el jardín.
El viejo Chen se alejó sin responder,
pero un poco después volvió a abrirme la puerta.
No me moví, preguntándome qué iban a
hacer, porque sabía muy bien que no iban a dejarme libre. Efectivamente, mi
hermano se acercaba con un viejo que caminaba a pasos lentos. Ese hombre tenía
una mirada terrible, pero como temía que yo me diera cuenta, bajaba la cabeza
hacia el suelo y me miraba a hurtadillas, por encima de sus anteojos.
-Tienes un aspecto magnífico -me dijo
mi hermano.
-Sí -respondí.
-Le he pedido al señor Jo que viniera
a examinarte -siguió diciendo.
Respondí:
-¡Que lo haga! -¡pero yo sabía muy
bien que ese viejo no era otro que el verdugo disfrazado!
So pretexto de tomarme el pulso
quería calcular mi grado de corpulencia y seguramente iban a darle un pedazo de
mi carne en pago de sus servicios. Yo no tenía miedo; aunque no como carne
humana, me creo más valiente que esos caníbales. Tendí ambos puños y esperé lo
que iba a seguir. El viejo se sentó, cerró los ojos, me tomó largamente el
pulso, permaneció un instante silencioso y luego, abriendo los ojos diabólicos,
dijo:
-No se deje llevar por su
imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.
¡No dejarse llevar por la
imaginación! ¡Tranquilidad y reposo! Evidentemente, cuando yo estuviera bien
cebado, tendrían más que comer. Pero ¿qué ganaría yo? ¿Era eso lo que iba a
“reponerme”? A esos caníbales les gusta comer hombres, pero obran en secreto,
tratando de salvar las apariencias, y no se atreven a actuar directamente. ¡Es
para morirse de la risa! No pudiendo aguantarme, me eché a reír a carcajadas,
porque eso me divertía una enormidad. Yo sé que en mi risa vibraban el valor y
la justicia. El viejo y mi hermano palidecieron, aplastados por el valor y la
justicia de que yo hacía gala.
Pero justamente porque soy valiente,
tendrán aun más ganas de devorarme, para adquirir parte de mi coraje. El viejo
dejó mi habitación y apenas se habían alejado un poco, dijo a mi hermano en voz
baja: “Engullirlo en seguida”. Mi hermano bajó la cabeza en señal de
asentimiento. ¡Tú estás también en esto! Este extraordinario descubrimiento,
aunque imprevisto, no me asombró, sin embargo, excesivamente: ¡mi hermano
formaba parte de la banda de caníbales que quería devorarme!
¡Mi hermano es un comedor de hombres!
¡Soy hermano de un comedor de
hombres!
¡Podré ser devorado por los hombres,
pero no por eso dejo de ser hermano de un comedor de hombres!
V
Estos días he vuelto a mis
reflexiones. Aunque ese viejo no fuera el verdugo disfrazado, aun fuera
verdaderamente un médico, no es por eso menos un comedor de hombres. En el
libro sobre las virtudes de las hierbas, escrito por uno de sus predecesores,
Li Shi-cheng, ¿no dice acaso con todas sus letras que la carne humana puede
comerse frita? Entonces, ¿cómo podría rechazar el título de caníbal?
En cuanto a mi hermano, también tengo
mis razones para acusarlo. Cuando me enseñaba los clásicos, yo lo oí decir con
sus propios labios: “Cambiaban sus hijos para comérselos”. Otra vez que se
trataba de un hombre muy malo, dijo que merecía no sólo ser muerto, sino aun que
“se comieran su carne y se acostaran sobre su piel”. Yo era pequeño en esa
época y al oír tal cosa mi corazón se puso a saltar muy fuerte durante largo
rato. Cuando anteayer el arrendatario de la aldea de los lobos le contó que el
corazón y el hígado de un hombre habían sido comidos, mi hermano no manifestó
ningún asombro, limitándose a aprobar con la cabeza. Está claro que sus
sentimientos no han cambiado. Si se admite que es posible “cambiar sus hijos
para comérselos”, ¿qué es lo que no se podría cambiar entonces? ¿Y qué es lo
que no se podría comer? Antes me había limitado a escuchar esas explicaciones
sin tratar de profundizarlas, pero ahora sé que cuando me daba sus lecciones,
en el borde de sus labios brillaba grasa humana y que su corazón estaba lleno
de sueños caníbales.
VI
Todo está negro, no sé si es de día o
de noche. De nuevo el perro de la familia Chao se ha puesto a ladrar.
Tiene la ferocidad del león, la
cobardía de la liebre, la astucia del zorro…
VII
Conozco sus maniobras: no quieren ni
se atreven a matarme directamente por temor a las consecuencias; por ello se
las arreglan para tenderme lazos y llevarme al suicidio. A juzgar por la
actitud de los hombres y mujeres de la calle el otro día, y la de mi hermano
estos últimos días, la cosa es poco más o menos segura: quieren que me saque el
cinturón, lo amarre a un poste y me cuelgue. Nadie los llamará asesinos y, sin
embargo, verán colmados sus deseos secretos; esto los llenará de contento y les
provocará una especie de risa plañidera. O bien, me dejarán morir de miedo y
tristeza, y aunque este sistema hace enflaquecer, de todos modos mi muerte los
dejará satisfechos.
¡Sólo comen carne muerta! He leído en
algún sitio que existe una fiera de mirada horrible y aspecto espantoso llamada
“hiena”. Esta bestia come carne muerta y es capaz de triturar los huesos más
grandes, que se engulle después de molerlos minuciosamente. ¡De sólo pensar en
esto da terror! La hiena está emparentada con el lobo, el lobo es de la familia
de los perros. El hecho de que el perro de la familia Chao me haya mirado
muchas veces anteayer, demuestra que han conseguido ponerlo de acuerdo con
ellos y que forma parte del complot. En vano ese viejo baja su mirada hacia el
suelo, yo no me dejo embaucar.
Lo más lastimoso es mi hermano. El
también es un hombre; ¿no tiene miedo tal vez? ¿Por qué se ha unido a los que
intentan devorarme? ¿Acaso porque esto se ha hecho siempre, encuentra que no
hay ningún mal en ello? ¿O pone oídos sordos a su conciencia y hace
deliberadamente algo que sabe que es malo?
Será el primero de los comedores de
hombres a quienes maldeciré; será también el primero de los hombres a quienes
trataré de curar del canibalismo.
VIII
En el fondo, deberían saber esto
desde hace tiempo…
De pronto entró un hombre. Tenía unos
veinte años y una cara muy sonriente, cuyos rasgos no distinguí bien. Me saludó
con la cabeza y vi que su sonrisa tenía un aire falso. Le pregunté:
-¿Es justo comer hombres?
Siempre sonriendo, respondió:
-¿Por qué comer hombres, cuando no se
tiene hambre?
Comprendí de inmediato que formaba
parte del clan de los que aman la carne humana. Esto azuzó mi coraje e insistí
neto:
-¿Es justo?
-¡Para qué hacer tales preguntas!
Verdaderamente… a usted le gusta bromear… ¡Está muy hermosa la noche!
Estaba muy hermosa la noche, la luna
estaba muy brillante, pero yo le pregunté:
-¿Es justo?
Tomó un aire de desaprobación y, sin
embargo, respondió con voz no muy clara:
-No…
-¿No? Entonces, ¿por qué los comen?
-Eso no puede ser…
-¿No puede ser? Bueno, ¿acaso no los comen
en la aldea de los Lobos? Además, está escrito en todas partes en los libros,
¡es claro como el día!
Su faz cambió de color, poniéndose
pálido como un muerto. Con los ojos fuera de las órbitas, dijo:
-Tal vez tenga usted razón, esto se
ha hecho siempre…
-¿Es por ello justo?
-No quiero discutir ese tema con
usted. ¡Usted no debería hablar de esto, no tiene razón para hacerlo!
Di un salto, con ambos ojos muy
abiertos, pero el hombre había desaparecido y yo estaba completamente mojado
con el sudor. Este hombre es mucho más joven que mi hermano y ya forma parte de
su clan. Seguramente se debe a la educación de sus padres. Quizás ha enseñado
ya esto a su hijo. Por lo cual hasta los niños pequeños me miran con odio.
IX
Quieren devorar a los otros y temen
ser devorados a su vez; por esto se estudian recíprocamente con miradas
cargadas de sospechas…
Si abandonaran estos pensamientos se
sentirían a sus anchas en el trabajo, en el paseo, en la comida, en el sueño.
Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un paso: pero el padre y el
hijo, el hermano y el hermano, el marido y la mujer, el amigo y el amigo, el
profesor y el estudiante, el enemigo y el enemigo, y hasta los desconocidos,
forman un clan, se aconsejan y se retienen mutuamente para que a ningún precio
alguien dé este paso.
X
Temprano en la mañana fui en busca de
mi hermano, que miraba el cielo desde la puerta del salón. Llegué por detrás,
me situé en el alféizar de la puerta y le dije con mucha calma y cortesía:
-Hermano, tengo algo que decirte.
Se volvió rápidamente y asintió con
un movimiento de cabeza.
-Habla.
-Se trata sólo de algunas palabras,
pero no sé cómo expresarlas. Hermano, es probable que en los tiempos primitivos
los salvajes hayan sido en general algo caníbales. Al evolucionar sus sentimientos,
algunos dejaron de devorar hombres, pugnaban por progresar y se convirtieron en
hombres, en verdaderos hombres. Sin embargo, aún quedan devoradores de hombres…
Es como entre los insectos; algunos han evolucionado, se han transformado en
peces, pájaros, monos y finalmente en hombres. Ciertos insectos no han querido
progresar y hasta hoy continúan en estado de insectos. ¡Qué vergüenza para un
caníbal si se compara con el hombre que no come a sus semejantes! Su vergüenza
debe ser muchísimo peor que la del insecto frente al mono.
“Yi Ya2 cocinó a su
hijo para dar de comer a los tiranos Chie y Chou; este hecho pertenece a la
historia antigua. ¿Quién habría dicho que después de la separación del cielo y
la tierra por Pan Gu3, los hombres se iban a devorar entre ellos
hasta el hijo de Yi Ya, y que desde el hijo de Yi Ya hasta Sü Si-ling4 y
desde Sü Si-ling hasta el malhechor arrestado en la aldea de los Lobos el
hombre se comería al hombre? El año pasado, cuando se ejecutaba a los
criminales en la ciudad, había un tuberculoso que iba a mojar el pan en su
sangre, para lamerla5.
“Quieren comerme, y por cierto que
solo no puedes nada contra ellos. Pero ¿por qué unirte a ellos? Los devoradores
de hombres son capaces de todo. Si son capaces de comerme, también serán
capaces de comerte. Hasta los miembros de un mismo clan se devoran entre sí.
Pero basta con dar un paso, basta con querer dejar esta costumbre y todo el
mundo quedará en paz. Aunque este estado de cosas dura desde siempre, tú y yo
podríamos empezar desde hoy a ser buenos y decir: ‘Esto no es posible’. Yo creo
que tú dirás que no es posible, hermano, puesto que anteayer cuando nuestro
arrendatario te pidió que le rebajaras el alquiler, tú le respondiste que no
era posible.”
Al comienzo sonreía con frialdad,
luego pasó por sus ojos un resplandor feroz y cuando puse al desnudo sus
pensamientos secretos, su rostro se tornó lívido. En el exterior de la puerta
que daba a la calle había un verdadero grupo; Chao Güi-weng se hallaba allí con
su perro y todos estiraban el cuello para ver mejor. Yo no alcanzaba a
distinguir los semblantes de algunos, pues se hubiera dicho que estaban
velados; los otros tenían siempre el mismo tinte lívido y esos colmillos agudos
y esos labios con una sonrisa afectada. Comprendí que pertenecían todos al
mismo clan, que todos eran devoradores de hombres. Sin embargo, yo sabía
también que existían sentimientos muy diferentes. Algunos pensaban que el
hombre debe devorar al hombre porque así se ha hecho siempre. Otros sabían que
el hombre no debe devorar al hombre, pero de todos modos lo hacían, temerosos
de que sus crímenes fueran denunciados; por eso al oírme se llenaron de cólera,
pero se limitaron a apretar los labios esbozando una sonrisa cínica.
En ese instante mi hermano adoptó un
aspecto terrible y gritó con voz fuerte:
-¡Salgan todos! ¡Para qué mirar a un
loco!
Muy pronto comprendí su nuevo juego.
No solamente se negaban a convertirse, sino que estaban preparados de antemano
para abrumarme con el epíteto de loco. De este modo, cuando me comieran, no
sólo no tendrían disgustos, sino que aun les quedarían agradecidos. El
arrendatario nos dijo que el hombre devorado por los campesinos era un mal
hombre; es exactamente el mismo sistema. ¡Siempre el mismo estribillo!
El viejo Chen entró también, muy
encolerizado; pero ¿quién podría cerrarme la boca? Tengo absoluta necesidad de
hablar a esos hombres.
-¡Conviértanse, conviértanse desde el
fondo del corazón! ¡Sepan que en el futuro no se permitirá vivir sobre la
tierra a los devoradores de nombres! Si no se convierten, todos ustedes serán
devorados también. ¡Por más numerosos que sean sus hijos, serán exterminados
por los verdaderos hombres, como los lobos son exterminados por los cazadores,
como se extermina a los insectos!
El viejo Chen hizo salir a todo el
mundo y luego me rogó que volviera a mi habitación. Mi hermano había
desaparecido no sé dónde. El interior del cuarto estaba completamente negro.
Las vigas y maderas se pusieron a temblar sobre mi cabeza; luego al cabo de un
instante crecieron y se amontonaron sobre mí.
Pesaban mucho, yo no podía moverme.
Querían matarme, pero yo sabía que ese peso era ficticio. Me debatí, pues, y me
liberé, el cuerpo cubierto de sudor. Sin embargo, deliberadamente repetí:
-¡Conviértanse en seguida!
¡Conviértanse desde el fondo del corazón! ¡Sepan que en el futuro no se
permitirá que sobrevivan los devoradores de hombres!…
XI
El sol no aparece más, la puerta sólo
se abre dos veces al día, cuando me traen mis comidas.
Mientras tomaba los palillos, volví a
pensar en mi hermano mayor; ahora yo sé que fue él el causante de la muerte de
mi hermana pequeña. Tenía cinco años y era tan linda que enternecía. Veo de
nuevo a nuestra madre sollozando sin cesar y a mi hermano consolándola. Tal vez
sentía arrepentimiento porque era él quien se la había comido. Si es todavía
capaz de experimentar ese sentimiento.
Nuestra hermana ha sido devorada por
mi hermano; no sé si mi madre llegó a darse cuenta de ello.
Pienso que mi madre lo sabía; si en
medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue porque lo encontraba muy
natural. Recuerdo que un día que me hallaba tomando el fresco ante la puerta
del salón -en esa época tendría unos cuatro o cinco años- mi hermano me dijo
que un hijo debe estar dispuesto a cortar un trozo de carne de su cuerpo,
echarlo a cocer y ofrecerlo a sus padres si éstos caen enfermos, pues es así
como obra un hombre honesto. Mi madre no protestó. Si es posible comer un trozo
de carne humana, evidentemente es posible comerse a un hombre entero. No
obstante, cuando vuelvo a pensar en sus sollozos de entonces, no puedo evitar
que el corazón se me apriete. Qué extraña cosa…
XII
Ya no puedo pensar más en ello.
Solamente hoy me doy cuenta de que he
vivido años en medio de un pueblo que desde hace cuatro milenios se devora a sí
mismo. Nuestra hermanita murió justamente en el momento en que mi hermano se
hacía cargo de la familia. ¿No habrá mezclado su carne con nuestros alimentos
para que la comiéramos sin saber que lo hacíamos?
¿Acaso sin quererlo he comido carne
de mi hermana? Y ahora me llega el turno…
Si tengo una historia que cuenta
cuatro mil años de canibalismo -al principio no me daba cuenta de ello pero
ahora lo sé-, ¡cómo podría esperar encontrar a un hombre verdadero!
XIII
Tal vez existan niños que aún no han
comido carne de hombre.
¡Salven a los niños!…
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