El profesor Kugelmass, quien dictaba clases de Humanidades en el City College, estaba infelizmente casado por segunda vez. Su esposa, Dafne Kugelmass, era una idiota. El también tenía dos hijos tontos de su primera esposa, Flo, y estaba hasta el cuello de deudas ocasionadas por los costos de la separación y manutención de los niños.
“¿Acaso yo sabía que las cosas iban a salir tan
mal?”, se lamentó un día Kugelmass dirigiéndose a su analista. “Dafne era muy
prometedora. ¿Quién podría sospechar que ella iba a abandonarse y a engordar
como tonel? Además, ella tenía algunos dolarillos, lo que no es – por supuesto
– razón suficiente para contraer nupcias pero tampoco viene mal, teniendo en
cuenta los problemas “operativos” que tengo. ¿Entiende lo que le digo?
Kugelmass era calvo y tan peludo como un oso, pero
tenía un gran corazón.
“Tengo que buscarme otra mujer”, agregó. “Necesito
tener un affaire. Es posible que no sea un buen partido pero soy un hombre que
necesita vivir un romance.
Necesito sentir ternura, coquetear con alguien.
Estoy envejeciendo y por ello es muy tarde para sentir el deseo de hacer el
amor en Venecia, burlarse el uno del otro en el “21″ e intercambiar miradas
tímidas sobre una copa de vino tinto a la luz de las velas. ¿Entiende lo que le
digo?’’
El Dr. Mandel se movió en la silla y dijo: “No
resolverá nada con una aventura amorosa. Usted es muy poco realista. Sus
problemas son mucho más graves”.
“Debo tener una relación muy discreta”, seguía
pensando en voz alta Kugelmass. “No puedo darme el lujo de divorciarme por
segunda vez. Dafne me lo echaría en cara”
“Sr. Kugelmass – ”
“Sin embargo, no puede ser con nadie del City
College porque Dafne también trabaja allí. De hecho, ninguna profesora de esa
universidad vale gran cosa; sin embargo, alguna de las estudiantes …”
“Sr. Kugelmass – ”
“Ayúdeme. Anoche tuve un sueño. Estaba en una
pradera y de pronto me puse a saltar con una cesta de comida y la cesta tenía
un letrero que rezaba “Opciones”. Luego me di cuenta de que la cesta tenía un
agujero”.
“Sr. Kugelmass, lo peor que puede hacer es
representar de esa forma sus inhibiciones. Usted debe limitarse a expresar sus
sentimientos para que los analicemos en conjunto. Usted ha estado en
tratamiento el tiempo suficiente como para saber que no hay remedios
instantáneos. Después de todo, soy un analista, no un mago”.
“Entonces, tal vez lo que necesite sea un mago”,
dijo Kugelmass, levantándose de su asiento. Y con ello puso fin a su terapia.
Algunas semanas después, Kugelmass y Dafne se
hallaban deprimidos en su apartamento como dos viejos muebles. De pronto, sonó
el teléfono. Era de noche.
“Yo atiendo”, dijo Kugelmass. “Aló”.
¨Kugelmass?, se oyó al otro lado del teléfono.
“Kugelmass, le habla Persky”.
“¿Quién?”
“Persky, ¿o debería decir “El Gran Persky?”
¿Perdón?
“He sabido que anda en búsqueda de un mago que le
de una nota exótica a su vida. ¿No es así?”
“¬Chis!, susurró Kugelmass. “No cuelgue. ¿De dónde llama, Sr. Persky?”
“¬Chis!, susurró Kugelmass. “No cuelgue. ¿De dónde llama, Sr. Persky?”
Al día siguiente, por la tarde, Kugelmass subió por
las escaleras de un decrépito edificio de apartamentos situado en el área de
Bushwick, Brooklyn. Aguzando la mirada para romper la oscuridad del pasillo,
Kugelmass finalmente encontró la puerta que buscaba y tocó el timbre. Voy a
lamentarlo, pensó para sí.
Segundos después, era recibido por un hombre
pequeño, delgado, con una mirada vidriosa.
¿Usted es Persky, el Grande?, dijo Kugelmass.
El Gran Persky. ¿Quiere una tasa de té?
“No. Quiero vivir un romance. Quiero sentir la
música, el amor y la belleza”.
“Pero no quiere tomar té. ¿Ah? Es raro. Muy bien,
tome asiento”.
Persky se paró y fue al cuarto de atrás. Kugelmass
oyó un movimiento de cajas y muebles. Persky reapareció, empujando un objeto de
gran tamaño montado sobre unos patines con las ruedas chirriantes. Persky quitó
algunos viejos pañuelos de seda que se encontraban en la parte superior y los
sopló para quitarle el polvo. Se trataba de un armario chino mal laqueado y de
tosca apariencia.
“Persky”, ¿qué se trae entre manos?, preguntó
Kugelmass.
Preste atención”, le respondió Persky. “Esto va a
producir un bello efecto. Lo diseñé el año pasado para una ceremonia de los
Caballeros de Pitia, pero el acto se suspendió por falta de público. Entre en
el mueble”.
“¿Por qué? ¿Acaso va a atravesarlo con un montón de
espadas o algo así?
¿Usted ve alguna espada?
Kugelmass puso cara de circunstancia y lanzando un
gruñido se introdujo en el armario. El profesor no pudo evitar observar varias
imitaciones de diamante de mala calidad pegadas en la madera contrachapada
justo frente a su cara. “Esto es un chiste de mal gusto”, dijo.
“Tiene algo de broma. Bien, oiga lo que le voy a
decir. Si lanzo una novela al interior del armario en el que usted se
encuentra, cierro las puertas y toco tres veces, usted se verá proyectado en
ese libro”.
Kugelmass hizo un gesto de incredulidad.
“Es mi varita mágica”, dijo Perksy. “Mi contacto
con Dios. No sólo funciona con novelas. Puede ser un cuento, una obra de
teatro, un poema. Podrá conocer algunas de las mujeres creadas por los mejores
escritores del mundo. Sea cual fuere la mujer de sus sueños. Podrá hacer todo
lo que desee como un verdadero triunfador. Luego, cuando haya vivido
suficientes experiencias, pega un grito y volverá aquí al instante.
“Persky, ¿Usted está enfermo?
“Le estoy diciendo que todo estará bien”, expresó
Persky.
Kugelmass mantuvo su escepticismo. ¿Lo que usted me
quiere decir es que este cajón casero me puede transportar tal y como usted me
lo ha descrito?
“Por apenas 20 dólares”.
“Por apenas 20 dólares”.
Kugelmass buscó su billetera. “Ver para creer”,
dijo.
Persky guardó los billetes en sus bolsillos y se
dirigió a su biblioteca ¿A quién desea conocer? ¿A la Hermana Carrie? ¿Hester
Prynne? ¿Ofelia? ¨Tal vez a algún personaje de Saul Bellow? ¿Qué le parece un
encuentro con Temple Drake? Aunque para un hombre de su edad, ella sería una
prueba muy difícil”
“A una francesa. Quiero tener un affaire con una amante francesa”
“A una francesa. Quiero tener un affaire con una amante francesa”
“¿Nana?”
“No quiero tener que pagar por ello”.
Qué le parece Natacha de La Guerra y la Paz
“Le dije que una francesa. ¡Ya sé! ¿Qué le parece
Emma Bovary? Me parece perfecta”.
“Muy bien, Kugelmass. Pegue un grito cuando esté
harto”.
Persky introdujo en el armario una edición rústica
de la novela de Flaubert.
“¿Está seguro de que esto no implica ningún
riesgo?”, preguntó Kugelmass mientras Persky comenzaba a cerrar las puertas del
armario.
“Seguro. ¿Hay algo seguro en este mundo tan loco?” Persky tocó tres veces el armario y luego abrió de par en par las puertas.
“Seguro. ¿Hay algo seguro en este mundo tan loco?” Persky tocó tres veces el armario y luego abrió de par en par las puertas.
Kugelmass se había ido. En ese mismo instante,
apareció en el dormitorio de la casa de Charles y Emma Bovary en Yonville. Ante
él, se hallaba una hermosa mujer, de pie y dándole la espalda a Kugelmass
mientras doblaba la lencería. No puedo creerlo, pensó Kugelmass, mirando a la
cautivadora esposa del doctor. Esto es algo sobrenatural. Estoy aquí junto a
ella.
Emma se volteó sorprendida. “Dios mío, me asustó”,
expresó. “¿Quién es usted?” Emma habló en perfecto español como la traducción
que aparecía en la edición rústica de Persky.
Esto es increíble, pensó Kugelmass. Luego, dándose
cuenta de que era a él, a quien ella se había dirigido, respondió: “Disculpe.
Soy Sidney Kugelmass, del City College. Soy profesor de Humanidades en una
universidad neoyorquina, situada en las afueras de la ciudad. Yo … ¡no puedo
creerlo!
Emma Bovary sonrió con coquetería y le preguntó:
“¿Desea tomar algo? ¿Tal vez una copa de vino?
Es hermosa, pensó Kugelmass. ¡Qué diferencia con el
troglodita con el que comparte la cama! Sintió un impulso repentino de tener
entre sus brazos esta visión y decirle que era el tipo de mujer con el que
había soñado toda su vida.
“Sí, un poco de vino”, contestó con voz ronca.
“Blanco. No, tinto. No, blanco. Una copa de vino blanco”.
“Charles estará fuera todo el día”, expresó Emma,
con voz insinuante.
Después del vino, fueron a dar un paseo por la
encantadora campiña francesa. “Yo siempre había soñado con un misterioso
extranjero que aparecería y me rescataría de la monotonía de esta aburrida
existencia rural”, le confesó Emma, tomando su mano. Pasaron frente a una
pequeña iglesia. “Me encanta la ropa que llevas puesta”, murmuró. “Nunca había
visto un traje como ese. Es tan … tan moderno”.
“Lo llaman traje casual”, le explicó Kugelmass con
voz romántica. “Estaba en oferta”. De pronto, la besó. Durante más de una hora,
estuvieron recostados bajo un árbol, susurrándose frases al oído y expresándose
ideas profundamente significativas con sus miradas. Luego, Kugelmass se
incorporó. Acababa de recordar que tenía que encontrarse con Dafne en
Bloomingdale’s. “Debo irme”, le dijo. “Pero no te preocupes, volveré”.
“Eso espero”, le dijo Emma.
Kugelmass le dio un abrazo apasionado y los dos
caminaron de vuelta a casa. Acunó el rostro de Emma en las palmas de sus manos,
la besó de nuevo y gritó: “Ya está bien, Persky”. Tengo que estar en
Bloomingdale’s a las tres y media”.
Se produjo un ruido seco y Kugelmass volvió a
Brooklyn.
“¿Y entonces? ¿Le mentí?, preguntó Persky,
triunfante.
“Persky, se me hace tarde para encontrarme con mi
mujer en la Avenida Lexington. Pero, ¿cuando puedo volver a viajar? ¿Mañana?
“Seguro. Sólo debe traer 20 dólares. Y no le
mencione esto a nadie”.
“Por supuesto. Nada más llamaré a Rupert Murdoch”.
Kugelmass tomó un taxi que enfiló hacia la ciudad.
Su corazón latía desenfrenadamente. Estoy enamorado, pensó, y tengo en mi poder
un secreto maravilloso. Lo que él no se había dado cuenta era que en ese mismo
momento los estudiantes de varios salones de clase del país le estaban
preguntando a sus profesores: “¿Quién es ese personaje que aparece en la página
100?”. ¿Un judío calvo está besando a Madame Bovary? Un profesor de Sioux
Falls, Dakota del Sur, suspiró y pensó: Dios mío, las cosas que se le ocurren a
estos muchachos. Eso es culpa de la marihuana y de la coca.
Dafne Kugelmass se encontraba en el departamento de
accesorios para baños en Bloomingdale’s cuando Kugelmass llegó jadeando.
“¿Dónde estabas metido?”, preguntó molesta. “Son las cuatro y media”.
“Había mucho tráfico en la calle”, se excusó
Kugelmass.
Al día siguiente, Kugelmass fue a visitar a Persky
y a los pocos minutos había vuelto a viajar mágicamente a Yonville. Emma no
pudo ocultar su emoción al verlo. Pasaron varias horas juntos, riendo y
conversando sobre sus vidas. Antes de que Kugelmass partiera, hicieron el amor.
¡Dios mío, me acosté con Madame Bovary!” dijo entre dientes. “Yo, a quien le
rasparon español en primer año”.
Transcurrieron los meses y Kugelmass fue a visitar
a Persky en muchas oportunidades y desarrolló una íntima y apasionada relación
con Emma Bovary. “Asegúrese de que siempre entre al libro antes de la página
120”, le dijo un día Kugelmass al mago. “Siempre tengo que encontrarme con ella
antes de que Emma entre en contacto con el personaje de Rodolphe”,
“¿Por qué? ¿Acaso no puedes ganarle?”
“¿Ganarle?”. El pertenece a la aristocracia
provinciana. Esos tipos no tienen nada mejor que hacer que flirtear con las
mujeres y montar a caballo. Podríamos decir que él es uno de esos rostros que
aparece en la revista Women’s Wear Daily, con un corte de pelo al estilo Helmut
Berger. Sin embargo, para Emma es un galán irresistible”.
“¿Y su esposo no sospecha nada?”
“El no sabe ni donde está parado. Es un paramédico
mediocre que comparte su vida con una bailarina. Siempre está listo para
acostarse a las diez mientras ella se pone sus zapatillas de baile. Bueno, …
nos vemos luego”.
Kugelmass entró al armario y pasó instantáneamente
a la casa de los Bovary en Yonville. ¿Cómo te va, mi adorada?, le dijo a Emma.
¡Oh, Kugelmass!, susurró Emma. “Las cosas que tengo
que soportar. Anoche mientras cenaba, el Sr. Personalidad se adormeció mientras
comíamos el postre. Le estaba expresando todos mis sentimientos sobre Maxim’s y
el ballet e inesperadamente oí un ronquido”.
“No te preocupes, mi amor. Estoy aquí contigo”, le
dijo Kugelmass, abrazándola. Me he ganado esto a pulso, pensó, mientras olía el
perfume francés de Emma y hundía su nariz en el cabello de su amada. He sufrido
mucho. He gastado mucho dinero en analistas. He buscado hasta el cansancio.
Ella es joven y núbil y yo estoy aquí, algunas páginas después de Léon y poco
antes de Rodolphe. Como he aparecido en los capítulos adecuados, he podido
manejar perfectamente la situación.
De hecho, Emma irradiaba tanta felicidad como
Kugelmass. Ella estaba ansiosa de emociones y los relatos que Kugelmass le
contaba sobre la vida nocturna de Broadway, los automóviles veloces y las
estrellas de la televisión y de Hollywood, embelesaban a la preciosa joven
francesa.
“Dime algo sobre O. J. Simpson”, le imploró una
noche, mientras ella y Kugelmass paseaban cerca de la abadía de Bournisien.
“¿Qué te puedo decir? Es un gran atleta. Ha
establecido una gran cantidad de marcas como corredor de fútbol americano.
Tiene un gran movimiento. Es muy difícil tocarlo”.
“¿Y qué me dices de los premios de la Academia?”,
preguntó Emma con melancolía. “Daría cualquier cosa por ganarme un Oscar”.
“Antes que nada debes recibir una nominación”.
“Ya lo sé. Tú me lo explicaste. Pero estoy convencida
de que puedo actuar. Por supuesto, quisiera tomar algunas clases. Tal vez con
Strasberg. Luego, si tuviera el agente adecuado ….”.
“Ya veremos, ya veremos. Hablaré con Persky”.
Esa noche, luego de haber regresado a salvo al
apartamento del mago, Kugelmass le propuso la idea de traerse consigo a Emma
para que visitara la Gran Manzana.
“Déjeme pensarlo”, le dijo Persky. “Tal vez pudiera
hacer algo al respecto. Han ocurrido cosas más extrañas”. Desde luego, a
ninguno de ellos se les vino a la cabeza ninguna.
“¿Dónde diablos has estado metido todo este
tiempo?”, le gritó Dafne Kugelmass a su marido cuando él volvió tarde a su
casa. “¿Tienes una madriguera en la que te emborrachas a escondidas?”
“Sí, claro. Soy un borracho”, contestó Kugelmass
con tono de desgano. “Estaba con Leonard Popkin. Estábamos discutiendo sobre la
agricultura socialista en Polonia. Tú conoces muy bien a Popkin. Es un fanático
del tema”.
“Has estado muy raro en los últimos tiempos”,
comentó Dafne. “Distante. Tu no te olvidas del cumpleaños de mi padre. Es el
sábado, ¿no?
“Sí, claro”, contestó Kugelmass, dirigiéndose al baño.
“Sí, claro”, contestó Kugelmass, dirigiéndose al baño.
“Irá toda mi familia. Podremos ver a los mellizos.
Y al primo Hamish. Deberías ser más amable con el primo Hamish. Le caes bien”.
“Sí, los morochos”, dijo Kugelmass, cerrando la
puerta del baño y apagando con ello la voz de su mujer. El profesor se apoyó en
la puerta, y respiró hondo. En pocas horas, se dijo a sí mismo, volvería a
Yonville, para estar con su amada. Y en esta oportunidad, si todo salía de
acuerdo a lo previsto, se traería a Emma consigo.
A las 3:15 p.m. del día siguiente, Persky volvió a
realizar su acto de magia. Kugelmass se apareció ante Emma, sonriente y
ansioso. Ambos pasaron varias horas en Yonville con Binet y luego se montaron
en el carruaje de los Bovary. Siguiendo las instrucciones de Persky, se
abrazaron con fuerza, cerraron sus ojos y contaron hasta diez. Cuando los
abrieron, el carruaje estaba cerca de la puerta lateral del Hotel Plaza, en
donde Kugelmass había reservado ese mismo día y con un gran optimismo, una
suite.
“¡Me encanta!, es tal y como lo había soñado”, dijo
Emma mientras daba saltos de alegría por la habitación y veía la ciudad desde
su ventana. “Allí está Schwarz. Y allá veo el Central Park y ¿cuál es Sherry?
Ah, allí está . ¡Es maravilloso!
En la cama había varias cajas de Halston y Saint
Laurent. Emma abrió una de ellas y sacó un par de pantalones de terciopelo
negro que puso delante de su perfecto cuerpo.
“Esos pantalones son de Ralph Lauren”, dijo
Kugelmass. “Lucirás estupenda. Anda, cariño. Dame un beso”.
“Nunca había estado tan feliz”, gritó Emma mientras
se paraba frente al espejo. “Vamos a pasear por la ciudad. Quiero ir a ver el
musical “Chorus Line”, visitar el Guggenheim y ver el personaje de Jack
Nicholson del que siempre me has hablado. “¿Están presentando alguna de sus
películas?”
“No puedo entender lo que está pasando”, expresó un
profesor de Stanford. “En primer lugar, aparece un extraño personaje llamado
Kugelmass y ahora ella ha desaparecido de la obra. Supongo que la principal
característica de una obra clásica es que uno puede releerla mil veces y
siempre hallar algo nuevo”.
Los amantes pasaron un dichoso fin de semana. Kugelmass le había dicho a Dafne que él iba a participar en un simposio en Boston y que regresaría el lunes. Saboreando cada momento, Kugelmass y Emma fueron al cine, cenaron en Chinatown, pasaron dos horas en una discoteca y se acostaron viendo una película en la televisión. El domingo durmieron hasta el mediodía, visitaron el SoHo, y miraron de soslayo a un grupo de celebridades que estaban en Elaine’s. Comieron caviar y bebieron champagne en su suite el domingo por la noche y conversaron hasta el amanecer. Esa mañana en el taxi que los llevaba al apartamento de Persky, Kugelmass pensó que era una cosa de locos pero valía la pena vivirla. No puedo traerla muy a menudo, pero el tenerla en Nueva York de vez en cuando representará un cambio significativo con respecto a Yonville.
Los amantes pasaron un dichoso fin de semana. Kugelmass le había dicho a Dafne que él iba a participar en un simposio en Boston y que regresaría el lunes. Saboreando cada momento, Kugelmass y Emma fueron al cine, cenaron en Chinatown, pasaron dos horas en una discoteca y se acostaron viendo una película en la televisión. El domingo durmieron hasta el mediodía, visitaron el SoHo, y miraron de soslayo a un grupo de celebridades que estaban en Elaine’s. Comieron caviar y bebieron champagne en su suite el domingo por la noche y conversaron hasta el amanecer. Esa mañana en el taxi que los llevaba al apartamento de Persky, Kugelmass pensó que era una cosa de locos pero valía la pena vivirla. No puedo traerla muy a menudo, pero el tenerla en Nueva York de vez en cuando representará un cambio significativo con respecto a Yonville.
En casa de Persky, Emma se introdujo en el armario,
arregló sus nuevas cajas de ropa y le dio un tierno beso a Kugelmass. “Este
será mi lugar la próxima ocasión, dijo con un guiño. Persky tocó tres veces el
armario, pero no ocurrió nada.
“Este …”, dijo Persky, rascándose la cabeza. Tocó
el mueble de nuevo, pero la magia no resultó. “Algo está funcionando mal”,
masculló.
“Persky, estás bromeando”, gritó Kugelmass. “¡Cómo
es posible que no funcione?”.
“Tranquilícese. ¿Estás todavía ahí adentro, Emma?
“Sí”.
Persky golpeó el mueble, esta vez con más fuerza.
“Todavía estoy aquí, Persky”.
“Ya lo sé, querida. No te muevas”.
“Persky, tenemos que hacerla volver”, susurró
Kugelmass. “Soy un hombre casado, y tengo clase en tres horas. En estos
momentos, sólo estoy preparado para un affair muy discreto”.
“No puedo entender lo que está ocurriendo”, murmuró
Persky. “Es un truco tan sencillo y confiable”.
Sin embargo, no pudo hacer nada. “Esto me va a
tomar algún tiempo”, le dijo a Kugelmass. “Voy a desarmar el mueble. Lo llamaré
luego”.
Kugelmass lanzó a Emma dentro de un taxi y la llevó
de vuelta al Plaza. Apenas pudo llegar a tiempo a su clase. Todo el día estuvo
llamando por teléfono a Persky y a su amante. El mago le dijo que tal vez
tendrían que pasar algunos días antes de que pudiera llegar al fondo del
problema.
“¿Cómo te fue en el simposio?”, le preguntó Dafne
esa noche.
“Muy bien, muy bien”, le contestó el esposo,
encendiendo la colilla de un cigarrillo.
“¿Qué te pasa? Estás sumamente tenso”.
“¿Yo?” ¬Ja, ja!, eso es un chiste. Estoy tan
tranquilo como una noche de verano. Voy a salir a dar un paseo”. Cerró con
cuidado la puerta, llamó un taxi que lo llevó al Plaza.
“Estoy en problemas”, dijo Emma. “Charles me
extrañará”.
“Ten paciencia, cariño”, le dijo Kugelmass. Estaba
pálido y sudoroso. La besó de nuevo, corrió hacia el ascensor, llamó
desesperadamente a Persky desde una cabina telefónica en la recepción del Plaza
y llegó a su casa poco antes de la medianoche.
“Según Popkin, los precios de la cebada en Cracovia
no habían mostrado tanta estabilidad desde 1971”, le dijo a Dafne mientras
esbozaba una sonrisa y se acostaba junto a ella.
Toda la semana transcurrió igual. El viernes por la noche, Kugelmass le dijo a Dafne que iba a participar en otra conferencia, esta vez en Syracuse. Salió disparado al Plaza, pero el segundo fin de semana no se asemejó en nada al primero. “Llévame de vuelta a la novela o cásate conmigo”, le dijo Emma a Kugelmass. “Mientras tanto, quiero conseguir un trabajo o estudiar porque estoy harta de ver televisión todo el día”.
Toda la semana transcurrió igual. El viernes por la noche, Kugelmass le dijo a Dafne que iba a participar en otra conferencia, esta vez en Syracuse. Salió disparado al Plaza, pero el segundo fin de semana no se asemejó en nada al primero. “Llévame de vuelta a la novela o cásate conmigo”, le dijo Emma a Kugelmass. “Mientras tanto, quiero conseguir un trabajo o estudiar porque estoy harta de ver televisión todo el día”.
“Me parece bien. Podremos utilizar el dinero”, le
dijo Kugelmass. “Estás gastando una fortuna pidiendo servicio a la habitación
del hotel”.
“Ayer conocí a un productor de Off Broadway en el
Central Park y me dijo que podría encajar a la perfección en un proyecto que
está realizando”, dijo Emma.
“¿Quién es ese payaso?”, le preguntó Kugelmass.
“No es un payaso. Es un hombre sensible, amable y
lindo. Se llama Jeff … algo y es candidato a un premio Tony”.
Esa misma tarde, Kugelmass fue a visitar a Persky
en estado de ebriedad.
“Cálmese”, le dijo el mago. “Puede enfermarse de
las coronarias”.
“¿Tranquilizarme?, ¿Cómo me voy a calmar si tengo a
un personaje de ficción escondido en un hotel y creo que mi esposa me está
siguiendo con un detective privado?”
“Está bien. Sé que estamos metidos en un problema”,
Persky se arrastró bajo el mueble y comenzó a golpear algo con una llave
inglesa.
“Parezco un animal salvaje”, prosiguió Kugelmass.
“Ando a escondidas por toda la ciudad y Emma y yo estamos hartos de la
relación. Por no hablar de la cuenta del hotel que ya se parece al presupuesto
de defensa”.
“¿Qué puedo hacer? Así es el mundo de la magia”,
masculló Persky. “Todo es cuestión de matices”.
“Matices, un carajo. Esta muchachita lo único que
consume es Dom Perignon y caviar. A eso hay que sumarle su vestuario, la
inscripción en el Neighborhood Playhouse y un portafolios con fotos
profesionales. Además de eso, Persky, el profesor Fivish Popkind, que enseña
Literatura Comparada y siempre ha estado celoso de mí, me identificó como el
personaje que aparece esporádicamente en el libro de Flaubert. Me ha amenazado
con que le va a contar todo a Dafne. Ya me veo arruinado, pagándole la pensión
alimentaria a mi mujer, y en la cárcel. Por el pecado de adulterio con Madame
Bovary, mi esposa me convertirá en un mendigo.
“¿Qué quiere que le diga?” Estoy trabajando día y
noche para resolver el problema. En lo que respecta a su angustia, no puedo
hacer nada por usted. Soy un mago, no un psicoanalista”.
El domingo por la tarde, Emma se había encerrado en
el baño y se negaba a responder a los ruegos de Kugelmass. El atribulado
profesor miró la ventana del edificio Wollman Rink y contempló la posibilidad
de suicidarse. Lo malo es que me encuentro en un piso muy bajo, pensó; de no
ser por ello, me lanzaría en el acto. También podría huir a Europa y comenzar
una nueva vida … Tal vez podría vender el International Herald Tribune como lo
solían hacer esas muchachas.
En ese momento sonó el teléfono y Kugelmass lo
llevó mecánicamente a su oído.
“Traiga a Emma”, dijo Persky. “Creo que reparé el
defecto que tenía el mueble”.
El corazón de Kugelmass estuvo a punto de
detenerse. ¿Está hablando en serio?, le dijo ¿Logró arreglarlo?”
“Tenía un problema en la transmisión. ¿Quién se lo
iba a imaginar?
“Persky, usted es un genio. Estaremos allí en un
minuto. En menos de un minuto.
Una vez más, los amantes corrieron al apartamento
del mago y de nuevo Emma Bovary se introdujo en el armario con sus cajas. En
esta oportunidad no hubo besos. Persky cerró las puertas, respiró fuertemente y
tocó la caja tres veces. Se produjo el ruido habitual y cuando Persky echó un
vistazo al interior el mueble estaba vacío. Madame Bovary había regresado a su
novela. Kugelmass exhaló un suspiro de alivio y estrechó efusivamente la mano
del mago.
“Se acabó”, dijo. “Aprendí la lección. Nunca
volveré a faltarle a mi mujer. Se lo juro”. Estrechó de nuevo la mano de Persky
e hizo la promesa mental de que le iba a enviar un corbatín.
Tres semanas después, al terminar una bella tarde
de primavera, Persky escuchó el timbre y abrió la puerta. Era Kugelmass, con
una expresión avergonzada en el rostro.
“Está bien, Kugelmass’’, ¿adónde quiere ir ahora?
“Sólo una vez más”, indicó Kugelmass. “El tiempo es
tan encantador y yo sigo envejeciendo. Persky, ¿usted ha leído el libro La
Denuncia de Portnoy. ¿Recuerda el personaje del Mono?
“Ahora el precio es 25 dólares, ya que el costo de
la vida ha aumentado. Sin embargo, la primera vez podrá ir gratis, debido a
todos los problemas que le causé”.
“Usted sí es buena gente”, le dijo Kugelmass,
mientras se peinaba los pocos cabellos que le quedaban y entraba en el armario.
¿Está funcionando bien?”
“Eso espero. Sin embargo, no lo he probado mucho desde que ocurrió todo ese desastre”.
“Eso espero. Sin embargo, no lo he probado mucho desde que ocurrió todo ese desastre”.
"Sexo y romance”, dijo Kugelmass desde el
interior del armario. “Lo que uno tiene que hacer por una cara bonita”.
Persky lanzó al interior un ejemplar de “La
Denuncia de Portnoy” y tocó tres veces la caja. En esta oportunidad, en lugar
de hacer un ruido seco, se produjo una ligera explosión, seguida por una serie
de chisporroteos y una lluvia de centellas. Persky saltó hacia atrás, sufrió un
ataque cardiaco y cayó muerto. El mueble se incendió y, al final, se quemó todo
el apartamento.
Kugelmass, que no tenía conocimiento de esta
catástrofe, también estaba en aprietos. El no había ido a parar al libro “La
Denuncia de Portnoy” ni a ninguna otra novela sobre el mismo tema. El profesor
había sido proyectado a un viejo libro de texto llamado “Curso básico de
Español” y estaba corriendo sobre un terreno árido y pedregoso para salvar su
vida mientras la palabra tener, un verbo peludo e irregular, corría tras él
gracias a sus larguiruchas piernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario