Un día el lobo se dio cuenta de que los hombres lo creían malo.
-Es horrible lo que piensan y escriben -exclamó.
-No todos -dijo un ermitaño desde el fondo de su cueva. Y repitió las palabras que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
-¿Dónde está ese santo?
-En el cielo.
-¿En el cielo hay lobos?
El ermitaño no pudo contestar.
-¿Y tú, qué haces? -preguntó el lobo intrigado, por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
-¿Y cuando mueras irás al cielo? -preguntó el lobo conmovido, alegre de ir
comprendiendo el bien y el mal.
-Hago por merecer el cielo -dijo apaciblemente el ermitaño.
-Si fueras mártir ¿irías al cielo?
-En el cielo están todos los mártires.
El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humano. Recordó entonces sus mandíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño.
Al terminar se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
-Es horrible lo que piensan y escriben -exclamó.
-No todos -dijo un ermitaño desde el fondo de su cueva. Y repitió las palabras que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
-¿Dónde está ese santo?
-En el cielo.
-¿En el cielo hay lobos?
El ermitaño no pudo contestar.
-¿Y tú, qué haces? -preguntó el lobo intrigado, por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
-¿Y cuando mueras irás al cielo? -preguntó el lobo conmovido, alegre de ir
comprendiendo el bien y el mal.
-Hago por merecer el cielo -dijo apaciblemente el ermitaño.
-Si fueras mártir ¿irías al cielo?
-En el cielo están todos los mártires.
El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humano. Recordó entonces sus mandíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño.
Al terminar se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
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