La plaga comenzó y terminó en el Palacio Temporal. Fue el día aquel de
los fuegos artificiales, cuando el Sargento Martínez, Jefe de Cocina, bajó a la
cava de vinos para buscar una botella de Nuit St. Georges 1943. Andaba bastante
falto de equilibrio luego de haber descorchado y probado las catorce botellas
precedentes, de manera que en el pasillo del sótano oscuro iba rebotando entre
las paredes de mármol. Fue entonces que, al apoyar una mano a tientas, sintió
que el muro se hundía esponjoso cual si se hubiera reblandecido tanto como él a
causa del vino.
Al día siguiente los empleados comentaron la huella de una palma de mano impresa en el mármol con todos los detalles, incluyendo la línea de la vida quebrada mucho antes de tomar la curva de la longevidad. El Sargento Martínez no recordaba nada y el incidente pasó al olvido hasta que se reprodujo un mes más tarde y luego casi cotidianamente, a plena luz del día y sin que mediaran botellas de vino. Los pilares de mármol en el primer piso del palacio perdieron de pronto su personalidad de hielo, los muros se reblandecieron como cal mal fraguada y comenzaran a desmoronarse al menor contacto.
Los expertos llegados de Italia estaban a punto de atribuir el mal del mármol al sofocante calor del trópico, que amenazaba con desmoronados a ellos, pero fue entonces que, encerrados con un microscopio en la cámara frigorífica, encontraron en el polvo de una vena de mármol los huevos de un gusano diminuto. Nada pudieran contra él. Todas las mezclas de insecticida fueron inútiles y ni siquiera impidieran que el rumor se regara por la capital y luego por la provincia, provocando gran regocijo popular y un motín en la guarnición fronteriza.
El gusano multiplicado incesantemente continuó su prolífica labor. El mármol local y el importado de Carrara cedían por igual cancerados por diminutas porosidades, túneles comunicantes, inexpugnables laberintos microscópicos. No había noche que no se derrumbara un pilar con su silenciosa manera de polvo, inutilizando progresivamente los lugares más ostentosos del Palacio Temporal. Más de una vez el Jefe de Guardia sorprendió a los empleados y al propio Sargento Martínez derribando de un soplido los pilares, al amparo de la oscuridad.
El día que el palacio entero se vino abajo lo hizo sin estrépito, como si la inmensa nube de polvo hubiese ahogado las vibraciones sonoras. Todo lo que se vio, desde lejos, fue el hongo que se elevaba silencioso, transfigurándose progresivamente en un árbol un paraguas, un arcoiris seco. Al asentarse un mes más tarde, el polvo blancuzco resultó tener un alto valor nutritivo como alimento balanceado para gallinas, quizás por el mineral del mármol, quizás por la carne de los gusanos microscópicos, quizás por los nutrientes del último dictador que allí desapareció con toda su descendencia.
Al día siguiente los empleados comentaron la huella de una palma de mano impresa en el mármol con todos los detalles, incluyendo la línea de la vida quebrada mucho antes de tomar la curva de la longevidad. El Sargento Martínez no recordaba nada y el incidente pasó al olvido hasta que se reprodujo un mes más tarde y luego casi cotidianamente, a plena luz del día y sin que mediaran botellas de vino. Los pilares de mármol en el primer piso del palacio perdieron de pronto su personalidad de hielo, los muros se reblandecieron como cal mal fraguada y comenzaran a desmoronarse al menor contacto.
Los expertos llegados de Italia estaban a punto de atribuir el mal del mármol al sofocante calor del trópico, que amenazaba con desmoronados a ellos, pero fue entonces que, encerrados con un microscopio en la cámara frigorífica, encontraron en el polvo de una vena de mármol los huevos de un gusano diminuto. Nada pudieran contra él. Todas las mezclas de insecticida fueron inútiles y ni siquiera impidieran que el rumor se regara por la capital y luego por la provincia, provocando gran regocijo popular y un motín en la guarnición fronteriza.
El gusano multiplicado incesantemente continuó su prolífica labor. El mármol local y el importado de Carrara cedían por igual cancerados por diminutas porosidades, túneles comunicantes, inexpugnables laberintos microscópicos. No había noche que no se derrumbara un pilar con su silenciosa manera de polvo, inutilizando progresivamente los lugares más ostentosos del Palacio Temporal. Más de una vez el Jefe de Guardia sorprendió a los empleados y al propio Sargento Martínez derribando de un soplido los pilares, al amparo de la oscuridad.
El día que el palacio entero se vino abajo lo hizo sin estrépito, como si la inmensa nube de polvo hubiese ahogado las vibraciones sonoras. Todo lo que se vio, desde lejos, fue el hongo que se elevaba silencioso, transfigurándose progresivamente en un árbol un paraguas, un arcoiris seco. Al asentarse un mes más tarde, el polvo blancuzco resultó tener un alto valor nutritivo como alimento balanceado para gallinas, quizás por el mineral del mármol, quizás por la carne de los gusanos microscópicos, quizás por los nutrientes del último dictador que allí desapareció con toda su descendencia.
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